jueves, 14 de diciembre de 2017

El Océano de las Tormentas


Casi todo el cuadrante noroccidental de la cara visible de nuestro satélite está ocupado por el Océano de las Tormentas (Oceanus Procellarum), el mayor de los maria de nuestra Luna y uno de los más irregulares.


Con una superficie de casi 1.600.000 kilómetros cuadrados, el Océano de las Tormentas es el mayor de los mares lunares, tan extenso que mereció el calificativo de “Océano”. De bordes irregulares, es casi el doble de grande que su más próximo competidor (el Mar de las lluvias). Como todos los grandes mares selenitas, se cree que el Océano de las Tormentas es producto del llamado Bombardeo Intenso Tardío, un período acontecido hace unos 3.900 millones de años, en que todos los cuerpos del sistema solar interior fueron afectados por violentos impactos de meteoritos. Esta lluvia de cuerpos fue provocada por los movimientos de Júpiter y Saturno a medida que se adaptaban a sus órbitas actuales. Los mares importantes de la Luna muestran el mismo mecanismo de origen: los brutales impactos perforaron la corteza lunar e hicieron fluir magma sobre la superficie. Este magma terminó por enfriarse y convertirse en basalto, un material de muy bajo albedo (brillo), que da a los mares lunares su característico tono oscuro. 


El Océano de la Tormentas ocupa el cuadrante noroccidental de nuestro satélite (wikipedia).



Los mares de la cara visible de nuestro satélite. El Océano de las Tormentas (Oceanus Procellarum) es el más extenso de todos.



De todas formas, muchos científicos no tienen claro que el Océano de las Tormentas sea producto de un impacto lunar y se han ofrecido otras teorías, como que es producto de un graben geológico  durante la infancia de nuestro satélite.

Al norte del Océano de las Tormentas tenemos el Mar de las lluvias (Mare Imbrium). Es más antiguo que el mar de las tormentas y en su caso no existen dudas de que fue originado por el colosal impacto de un meteorito. Por el sur, el Océano de las Tormentas conecta con dos mares satélites, Mar de las Nubes (Mare Nubium) y el Mar de la Humedad (Mare Humorum), mucho más pequeños y de bordes irregulares.

El Océano de las Tormentas alberga una serie de brillantes cráteres, hecho afortunado que es resaltado por el contraste de estos cráteres con el fondo oscuro del mar. Uno de los más notables es el hermoso Aristarco, un brillante cráter de unos 40 kilómetros de diámetros y unos 3,7 de profundidad. Es un cráter joven -no tiene más de 450 millones de años- por lo que el viento solar aún no ha tenido tiempo de oscurecer el material eyectado durante el impacto, que se depositó en forma de brillantes rayos que se extienden alrededor del cráter, rayos que no generan sombras pues son depósitos superficiales. Aristarco se encuentra situado en la meseta homónima, un terreno elevado que incluye otros rasgos interesantes. Un poco más hacia el oeste encontramos el Vallis Schroter, una imponente grieta de 150 km de largo y 1 km de profundidad que serpentea amenazadoramente por la superficie lunar. El origen de esta notable formación sería volcánico, tal vez es un antiguo conducto de lava cuyo techo colapsó, dándole su aspecto actual.

Ubicación del cráter Aristarco , el punto más brillante de la Luna (Virtual Moon Atlas).



Otro accidente lunar de interés es el cráter Copérnico. Se encuentra casi en el borde oriental del océano (que equivale al centro del hemisferio lunar visible), tiene forma de hexágono, un diámetro de 93 kilómetros y 3.000 metros de profundidad. Es un accidente complejo, con muros escalonados que se extienden en forma concéntrica, como los baluartes de una antigua fortificación. Es un cráter joven, de unos 800 millones de años y está rodeado por un sistema de brillantes anillos que, en algunos casos, llegan a tocar los bordes de los cráteres Tycho y Kepler. La imagen que adjunto abajo fue captada por el Lunar Orbiter 2 y fue llamada “la imagen del siglo” por los integrantes de la NASA. Copérnico tiene una serie de elevaciones centrales (llamadas pitones), de unos 1800 metros de altura, que corresponden a material eyectado por el meteorito que volvió a caer sobre el lugar de impacto, tipo rebote. Al norte de Copérnico se encuentran los montes Cárpatos, cadena montañosa de 360 kilómetros de longitud que ejerce de frontera con el Mare Imbrium y al sur nos encontramos el mucho más pequeño Mar de las Islas (Mare Insularum). Al oeste de Copérnico podemos distinguir el cráter Kepler, otro de los puntos luminosos de nuestro satélite. Tiene un diámetro de 30 kilómetros y una profundidad de casi 3. Es un gran centro de radiaciones muy visible con luz cenital, de hecho, su sistema de rayos se extiende por casi 300 kilómetros.



El Lunar Orbiter 2 captó esta imagen oblicua del cráter Copérnico, desde una altura de 45 kilómetros. No sé si califique para la "imagen del siglo", pero vaya que es espectacular. Observen el sistema de parapetos que forman los muros del cráter (NASA).



Oceanus Procellarum fue el lugar de destino del Apolo 12, la segunda misión tripulada de la NASA en pisar la Luna tras Apolo 11. El módulo lunar Intrepid llevó a los astronautas Charles Conrad y Alan Bean en su interior. Ambos dieron sendas caminatas por la superficie lunar, aunque un desperfecto con su cámara de grabación les impidió reunir imágenes a color que valían oro desde un punto de vista publicitario. Al regresar trajeron consigo unos 30 kilos de rocas lunares, de su análisis se precisó que son más jóvenes que las del Mar de la Tranquilidad. Otras naves no tripuladas, las sondas soviéticas Luna 7, 8, 9 y 13, y el Surveyor 3 estadounidense, fueron enviadas a explorar esta región lunar.


Paseando por el Océano de las Tormentas. Charles Conrad, de la misión Apolo 12, despliega la bandera de su país sobre la superficie lunar (NASA).


En suma, el Océano de las Tormentas lo apreciamos a simple vista, aunque no es tan fácilmente reconocible como el resto, debido a la irregularidad de sus bordes. Ya saben... no se pierdan sus magníficos cráteres, y recordar que el mejor momento para atisbar la Luna es durante las fases crecientes/menguantes, en que los juegos de sombras nos permiten distinguir muchos detalles de la superficie. Un vistazo a la Luna llena te priva de esos contrastes y te quedarás con una impresión chata de bidimensionalidad.

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