jueves, 30 de noviembre de 2017

El cúmulo M67


En la constelación de Cáncer tenemos dos cúmulos abiertos notables: M44, conocido como el Pesebre, y M67, objeto de esta entrada.

Los cúmulos abiertos son formaciones de estrellas que tuvieron un origen común, es decir, se originaron al mismo tiempo de la misma nube de hidrógeno. Tras su génesis permanecen unidas por la fuerza de gravedad, al menos por un tiempo, ya que el paso de las eras termina por disgregarlos y cada componente sigue su propio destino alrededor del núcleo galáctico.

M67 fue descubierto antes de 1779 por Johann Gottfried Koehler. Es uno de los cúmulos abiertos más antiguos de la galaxia, con una edad que rondaría los 4.500 millones de años, (las Pléyades tendrían 300 millones) más o menos la edad de nuestro Sol. El hecho es interesante, porque se ha postulado la idea de que M67 es, precisamente, la familia original de nuestro Sol. Aparte de la edad aducen otras semejanzas, como una composición química muy similar (esto es, los porcentajes de elementos pesados de cada estrella). No hay forma de corroborar esta sugestiva teoría, porque en 4.000 millones de años el Sol ha tenido tiempo de dar unas 20 vueltas en el carrusel galáctico, atravesando masas de campos estelares, material, polvo y enfrentando todas las distorsiones gravitatorias de tan largo viaje.

El cúmulo M67, en la constelación de Cáncer (wikipedia).


M67 (NGC 2682) tiene unas 500 estrellas (como las Pléyades), las más brillantes con magnitudes aparentes entre 9-10. Se encuentra bastante lejos, a unos 2.700 años luz de distancia. Cubre un diámetro de unos 20 años luz y su magnitud conjunta anda por los 6, visible a simple vista, pero de forma muy tenue. La mayoría de las componentes todavía están en la secuencia principal (fusionan hidrógeno), pero hay estrellas para todos los gustos: gigantes naranjas de tipo M, junto a débiles enanas rojas y estrellas azules tipo B muy brillantes. El cúmulo es un excelente campo de observaciones sobre los modelos de evolución estelar y ha sido estudiado con mucho detalle.

Hay exoplanetas en el cúmulo. Se han descubierto algunos Júpíteres calientes, esto es, planetas de masas similares a nuestro Júpiter orbitando muy cerca de sus estrellas, por tanto, con temperaturas más elevadas. El método para encontrarlos ha sido la velocidad radial, que nos permite medir el pequeño bamboleo que planetas en órbita inducen sobre sus estrellas. Uno de los jupíteres orbita en torno a una estrella que es, a todos efectos, un gemelo de nuestro Sol. Los modelos de génesis planetaria indicarían que este tipo de planetas se originan lejos de su estrella madre (como nuestro Júpiter) para posteriormente migrar hacia el interior, pero estos modelos aún no están claros.

Concepción artística de un Júpiter caliente orbitando muy próximo a una estrella del cúmulo M67.



M67 es un interesante objeto al ocular del telescopio, aunque el primer efecto es confundirlo con el mucho más brillante M44, del que se encuentra separado por unos 10 grados de distancia. Ocupa unos treinta minutos de arco, más o menos el diámetro de la Luna llena. El cúmulo es visible en estas fechas (noviembre), asomándose por el este después de la medianoche. Van a necesitar cielos oscuros para un resultado óptimo. La constelación de Cáncer esta formada por estrellas poco brillantes lejos del plano galáctico, pero aun así en una región del cielo que contiene algunos de las estrellas más destacadas del firmamento. Lo mejor es ubicar el par brillante de estrellar Castor y Póllux (en el Can Menor) y desde ahí trazar una línea imaginaria hasta Régulo (la estrella más brillante de Leo). Casi en mitad de esta línea imaginaria encontrarán la constelación de Cáncer. M67 está cerca de Acubens (Alfa Cancri), que en realidad es la segunda estrella más brillante de la constelación después de Altarf (Beta Cancri). Deberán tener cierta paciencia para localizarlo, pero vale la pena, posiblemente se encuentren observando el lugar del nacimiento de nuestro Sol.

Ubicación de M67 en la constelación de Cáncer (Stellarium).



lunes, 27 de noviembre de 2017

Buscando un nombre para 2014 MU69, el próximo objetivo de la sonda New Horizons


NASA está recibiendo propuestas para seleccionar un nombre informal para 2014 MU69, el próximo objetivo de su sonda New Horizons.

Después de visitar Plutón en julio de 2015, la sonda New Horizons continuó su camino en dirección a otro objeto del cinturón de Kuiper, un cuerpo de unos 25 kilómetros de diámetro situado 1.600 millones de kilómetros más allá de Plutón. El encuentro se producirá en enero de 2019.

En sí mismo, 2014 MU69 no tiene nada de particular. Los científicos creen que es un objeto representativo (común) del cinturón de Kuiper, pero el ser visitado por una sonda humana inmediatamente le hará ascender de categoría. Se incrustará en nuestras memorias y será un capítulo más en la exploración del espacio. Por eso los responsables de la misión están buscando un nombre que suene más ameno que una denominación que nos recuerda un código de barras o una matrícula vehicular.

Concepción artística de la sonda New Horizons explorando a 2014 MU69, posiblemente un objeto binario (NASA).


Iniciativas así ya son comunes. En su momento existió una campaña para asignar nombres provisionales a los accidentes de Plutón/Caronte, y otra campaña ciudadana auspiciada por la UAI y Zooniverse buscó bautizar a un grupo de estrellas y exoplanetas. Objetivos para bautizar sobran.

La campaña de propuestas finalizará el 1 de diciembre,  así que deben darse prisa! … Se revisarán las sugerencias y la propuesta con más votos gana. La elección será comunicada a mediados de enero. Por supuesto, cualquier nombre debe ser aprobado por la Unión Astronómica Internacional para adquirir rango oficial.

Para enviar sugerencias o votar por las ya existentes ENTRAR AQUÍ


PS. Esperemos que la elección sea más fácil que Oumuamua.


La visita de Oumuamua, el primer asteroide interestelar.



Finalmente, la humanidad ha tomado contacto con el primer objeto celeste proveniente de otro sistema estelar. El 17 de octubre, el telescopio espacial Pan-STARRS detectó un objeto estelar moviéndose por el espacio a gran velocidad. Parecía un cometa más y recibió la denominación C/2017 U1. El cálculo de su órbita nos mostró que su perihelio había ocurrido el 9 de septiembre, momento en que se aproximó a unos 38 millones de kilómetros del Sol. El objeto no había mostrado el desarrollo de la cola típica de los cometas, por tanto, la denominación de cometa fue cambiada a la de asteroide: A/2017 U1. Pero habría más sorpresas. Las observaciones mostraron que el asteroide tenía una órbita hiperbólica, dicho de otra forma, que el objeto descubierto no provenía de la nube de Oort, ni siquiera de alguna región del sistema solar: era un vagabundo de los vacíos del espacio interestelar. Había dado un giro en su trayecto, afectado por la enorme gravedad del Sol y se estaba alejando a toda velocidad, de vuelta al infinito. La UAI tuvo que crear una nueva categoría para este excepcional objeto y le dio la denominación 1I 2017 U1, donde la “I” significa interestelar, el primer mensajero de otra estrella.

Concepción artística de Oumuamua. Su forma alargada es muy inusual, dado lo que sabemos respecto a objetos de este tipo (ESO/M Kormesser)

Se decidió dar un nombre propio al objeto 1I 2017 y escogió la palabra “Oumuamua”, que en el lenguaje hawaiano denota a un explorador o visitante que hace su primera aparición por un territorio. Les va a tardar un rato familiarizarse con la palabra. Yo habría escogido una palabra menos enmarañada*, pero el descubrimiento del objeto fue realizado desde un observatorio en Hawai, y el equipo autor del hallazgo se vio con toda la autoridad para proponer el nombre.

Como resulta obvio, la noticia del descubrimiento concitó una enorme atención y muchos telescopios intentaron rastrearlo. Cuando fue descubierto Oumuamua se estaba alejando del sistema solar a una velocidad de 38 km/s. En 2018 dejará de ser visible, así que había que darse prisa. El VLT de ESO instalado en el norte de Chile entró en acción y pronto hubo resultados. Las variaciones en el brillo mostraron que Oumuamua era un objeto de unos 400 metros de diámetro y unos 30 de ancho, aunque estas mediciones contienen cierto margen de error. Tendría una composición metálica o rocosa y el color del asteroide sería rojo, similar a las manchas rojizas presentes en los cuerpos del cinturón de Kuiper (me acordé de Mordor Mácula en Caronte), delatando la existencia de compuestos orgánicos sobre su superficie. Por otra parte, el hecho de que Oumuamua no desarrollase una cola sería otra evidencia de la carencia de materiales volátiles sobre su superficie. También sabemos que Oumuamua rota sobre su eje con un período de 7 horas.

La breve visita de Oumuamua. Queda a la imaginación suponer cuanto tiempo llevaba sin acercarse a una estrella. Ahora se aleja a toda velocidad y no volverá jamás (NASA).

La aparición de Oumuamua concitó una enorme atención internacional, por la obvia razón de ser el primer asteroide interestelar, pero también porque no sabemos cada cuanto tiempo objetos de este tipo aparecen por nuestro vecindario. Tenemos el primero, y este evento ha causado una revisión de las estimaciones de cuantos de estos pedruscos deambulan por las cercanías de nuestro sistema solar. Una estimación nos dice que siempre habría por lo menos uno en un volumen de 1 UA alrededor del Sol, pero otros refutan el estudio como muy optimista, también existe el problema de que serían muy débiles y difíciles de descubrir. Los pesimistas opinan que no tendremos otra oportunidad de observar un objeto así durante décadas, incluso quizá siglos. El hecho concreto es que la aparición de Oumuamua dejó a muchos con sed de darle un vistazo más a fondo.

La concretización de este anhelo investigativo se ha dado en el Proyecto Lira, de la i4is (Initiative for Interstellar Studies). Oumuamua se acercó a nosotros desde la dirección de la constelación de Lira, de ahí el nombre del proyecto. Básicamente consiste en lanzar una sonda de exploración a toda velocidad para dar alcance al asteroide. La idea de una persecución espacial puede sonar descabellada al principio, pero tendría un fundamento sólido: si enviamos una sonda en 2025 daría alcance a Oumuamua el 2055. Por supuesto, los costos no son menores y no esta nada claro quien aportaría la financiación para el proyecto. Aventuras de este tipo se suelen planear con años (a veces décadas) de anticipación y agencias como NASA tienen todo su presupuesto ya distribuido. Por tanto, sin duda la persecución se quedará en el papel.

Persecuciones aparte, no se puede dudar que esta breve visita es un acontecimiento histórico. Ahora la gran duda está puesta en la frecuencia de esta clase de visitas. La próxima vez tendríamos que estar más preparados.


*Todos los blog divulgativos que he revisado claman por bautizar “Rama” al asteroide, en honor a la nave alienígena de nombre homónimo en un libro de Arthur C. Clarke.


domingo, 26 de noviembre de 2017

Descubrimiento de Ross 128 b, la segunda exotierra más cercana a nuestro sistema solar.



En los últimos dos años hemos vivido una oleada de interesantes hallazgos planetarios. Los descubrimientos caen rápidamente, de tal manera que muchos ya no se sorprenden y sospecho que en un tiempo más simplemente dejarán de ser noticia. Al menos en Chile la televisión abierta aún se digna a dedicarles 30-40 segundos durante los noticiarios. Si recapitulamos, el primer descubrimiento sabroso fue Próxima b, un exoplaneta que orbita alrededor de nuestra vecina Próxima Centauri, una enana roja a 4,2 años luz. Luego vinieron los planetas de TRAPPIST-1, de los que unos tres podrían estar ubicados en la zona de habitabilidad, y finalmente, para coronar el año, el Observatorio Austral Europeo (ESO, por sus siglas en inglés) nos presenta a Ross 128 b.

Concepción artística de Ross 128 b y su estrella madre. Colores y configuración de la superficie son totalmente hipotéticos. Siempre se debe recordar que no hemos visto directamente ninguno de estos mundos, y solo sabemos de su existencia gracias a métodos indirectos, como tránsitos o velocidad radial (ESO/M. Kornmesser).


El nuevo planeta fue descubierto en la constelación de Virgo, orbitando alrededor de la enana roja  Ross 128 (HIP 57548, Próxima Virginis), una estrella tipo M4 con un 15% de la masa solar y ubicada a 11 años luz de distancia. De esta forma Ross 128 b es el segundo exoplaneta (tras Próxima b) más cercano a nuestro sistema solar. Bastante cerca a escalas cósmicas. Ross 128 b sería un planeta de tipo rocoso con una masa mínima equivalente a 1,35 masas terrestres, y está ubicado a 7,4 millones de kilómetros de su estrella madre, en el límite interior de la zona habitable. Puede parecer que a tan escasa distancia de su estrella el planeta estaría frito por un intenso calor, al estilo de Mercurio, pero debemos recordar que las enanas rojas son astros muy fríos y en el caso de Ross 128 su temperatura superficial es apenas la mitad de nuestro Sol. En cuanto a su período de rotación es de 9,9 días.

Ross 128 b* fue descubierto por el espectrógrafo HARPS (High Accuracy Radial velocity Planet Searcher) del telescopio de la Silla en Chile, gracias al método de velocidad radial, que en buen español significa que usamos el efecto Doppler para identificar el pequeñísimo tirón gravitatorio que Ross 128 b ejerce sobre su estrella madre. La gravedad (en el sentido clásico de Newton) es una fuerza de atracción entre dos masas cualquiera. Así, el Sol atrae a la Tierra, pero la Tierra atrae a su vez al Sol, ejerciendo sobre él un pequeño tirón (muy, pero muy pequeño) que hace variar la velocidad con que el Sol se mueve en el espacio. Pues bien, HARPS es capaz de detectar el pequeñísimo bamboleo de Ross 128, y un análisis cuidadoso de su espectro nos permite deducir la masa de los objetos involucrados, así es como sabemos que Ross 128 b tiene -como mínimo- una masa terrestre. El descubrimiento requirió una década de observaciones con el instrumento HARPS, más complejas tareas de reducción y análisis de datos.

Lamentablemente Ross 128 b no transita por delante de su estrella madre, o para ser más precisos, el ángulo en que lo vemos desde la Tierra nos imposibilita ver el tránsito. Esto es como si nos situáramos sobre el polo norte de la Tierra y comenzáramos a elevarnos por el espacio hasta distinguir la elipse de la órbita terrestre alrededor de nuestro Sol: no estaríamos en posición de ver los tránsitos de nuestro planeta. El hecho de estar imposibilitados de ver los tránsitos de Ross 128 b nos impide obtener cualquier análisis espectrográfico por ocultación de los componentes de su atmósfera.

Ross 128 b orbita alrededor de una enana roja tipo M4. Ya hemos comentado que este tipo de estrellas son conocidas por las letales fulguraciones de rayos X y partículas cargadas, capaces de cargarse la atmósfera de un planeta, pero en este caso Ross 128 es una enana roja bastante tranquila y bien portada, en consecuencia, el planeta descubierto apenas recibe 1,38 veces más irradiación que la Tierra, así que las condiciones del exoplaneta descubierto no serían tan adversas. Las temperaturas planetarias estarían en el rango de -60 y 20°C, muy cercano a la realidad de la Tierra. Es probable que, dada la escasa distancia que lo separa de su estrella (apenas 0,05 UA), Ross 128 b presente acoplamiento de marea, es decir, que siempre muestra el mismo hemisferio hacia su estrella madre, provocando una gran disparidad en las temperaturas imperantes en cada hemisferio, pero siempre nos quedará la zona crepuscular donde las condiciones sean más favorables.



Por supuesto, a estas alturas el hallazgo de exoplanetas en zona de habitabilidad casi no es novedad, un escenario casi impensado hace una década, cuando los mundos descubiertos se contaban con los dedos de la mano (y sobraban dedos). Ahora estamos a un nivel superior de expectativas y todos quisiéramos detectar biofirmas (oxígeno, nitrógeno, vapor de agua, etc.) en la atmósfera de algún mundo. Eso sería un bombazo noticioso. Tendremos que poner nuestras presas en agua fría y esperar hasta la puesta en servicio del telescopio espacial James Webb -en 2019-  y del Extremely Large Telescope (ELT) de ESO para obtener más información sobre la composición atmosférica y química de los exoplanetas descubiertos.

Lo pintoresco es que Ross 128 se acerca a la Tierra y dentro de unos ochenta mil años (como quien dice, a la vuelta de la esquina) estará a unos seis años luz de distancia. Ya hemos hablado antes de estos acercamientos y fugas estelares. Quizá dentro de ochenta mil años la humanidad disponga de la capacidad para moverse entre las estrellas como Pedro por su casa... o quizá no, en todo caso, un exoplaneta tan prometedor a solo seis años luz de distancia suena como un objetivo muy apetecible para una futura misión de exploración.

Acercamientos estelares hasta un horizonte de 80.000 años. En ese momento Ross 128 será la estrella más cercana al Sol mientras que Próxima Centauri (actual más cercana) se habrá alejado (wikipedia).


¿Por qué tantos exoplanetas alrededor de enanas rojas?

No debemos olvidar que las enanas rojas son las estrellas más abundantes del universo, un 70% del total para ser más precisos. Por simple estadística la mayoría de las exotierras que detectemos orbitarán estrellas de este tipo. Próxima Centauri y TRAPPIST-1 son enanas rojas, también lo es la estrella de Barnard y otras distinguidas habitantes del barrio. Al parecer, la vía más rápida para descubrir exotierras en zona de habitabilidad pasa por observar a las enanas rojas.

Es una bonita forma de coronar el año. Los científicos planetarios han considerado el descubrimiento de Ross 128 b como un presente adelantado de navidad. Por supuesto, no existe ninguna certeza de que en este mundo reinen temperaturas templadas, y por el momento solo podemos especular. Necesitamos saber que elementos están presentes en la atmósfera de Ross 128 b y para eso nos falta camino. Sin duda la siguiente década, con el binomio ELT/JWST, será extremadamente productiva.

La estrella Ross 128 tiene magnitud aparente de 11 y no es visible a simple vista. Ninguna enana roja lo es.


*El consenso en cuanto a la denominación de los exoplanetas es tomar el nombre de su estrella madre y agregarles una letra en orden alfabético partiendo desde la b. Así, el exoplaneta en torno a Próxima Centauri es “Próxima b” … los mundos en torno a TRAPPIST-1 son “TRAPPIST-1 b”... “TRAPPIST-1 c”, etc.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Crónicas de un aficionado.


Hoy publicaré algo ligeramente distinto. Algunos amigos me han sugerido que comente como fue mi inicio en este pasatiempo, y que consejos puedo dar a quienes estén en un trance similar. La verdad es que me dio bastante placer recordar esos tiempos, y he aquí algunas de mis experiencias de inicio.



Cuando me inicié en esta afición no existía la enorme cantidad de materiales que hoy podemos consultar en internet. Corría el año 1995 y una carta estelar no se conseguía a la vuelta de la esquina. Yo era un joven de 13 años y no tenía los recursos para adquirir libros sobre astronomía, y ni siquiera sabía si estaban disponibles en alguna parte. Por suerte tenía una enciclopedia Salvat del Universo, que en mis primeros años me proporcionaría el material necesario. El atlas incluía unas bonitas cartas estelares y un soberbio mapa de la Luna, que yo consultaba con boca abierta y cara de bobo (perdónenme, tenía 13 años). Había algo hipnótico en esas cartas estelares, en esa infinidad de puntitos blancos (las representaciones de las estrellas) sobre un fondo azul oscuro. Las líneas de las constelaciones eran de color amarillo. Todo el conjunto tenía un atractivo estético irresistible que me cautivaba. Todavía tengo ese atlas, que guardo con la misma devoción que un bibliófilo atesora un incunable o un teólogo acariciaría los manuscritos del Mar Muerto.  Para mí es importante recordar estas cosas, porque ilustra de manera perfecta como los años de juventud son excelentes ventanas de oportunidad para engullir conocimientos y ampliar los horizontes de un joven. No tengo parientes astrónomos, y de hecho, ningún familiar que esté remotamente cercano al quehacer científico, nadie me incentivó ni me guio, simplemente las fotografías del atlas fueron suficientes para mí. Han pasado veinte años, cierro los ojos y me veo en casa, en la quietud de una tarde de sábado, aprendiendo las distancias a la nebulosa de Orión, o revisando una y otra vez esa magnífica fotografía de la galaxia de Andrómeda. La conclusión de este pequeño inserto es que los primeros años de una persona son un terreno fértil que debe ser abonado con todas las herramientas posibles o deseables, por otra parte, lo que digo no es nada nuevo, infinidad de investigaciones refrendan que esto es así y siempre me alegra ver a los padres que (al margen de cualquier limitación), por medio de juegos y hobbies, intentan familiarizar a sus hijos en nuevos campos de la experiencia o el saber.

Pues bien, hasta que un día me decidí y salí en la noche a observar el cielo. Mi primer triunfo fue identificar Orión, que para todos estos efectos funciona como un excelente punto de referencia. A partir de Orión pude distinguir Sirio, Aldebarán, Las Pléyades, Canopus..y luego la Cruz del Sur, las nubes de Magallanes y un largo etcétera. A esa edad pequeños triunfos dejan una satisfacción duradera en el espíritu.

Pero claro, la observación a simple vista tiene unos límites y pronto sentí que necesitaba un telescopio. Esto era más complicado, era el año 1997 y los telescopios eran un artefacto bastante caro y yo no tenía ingresos propios, pero comencé a ahorrar con bastante disciplina, además de solicitar “donativos” a los miembros de la familia. Tras varios meses de ahorro reuní el dinero y viajé hasta Santiago en compañía de mi hermano mayor para adquirir uno. No tenía exactamente claro cuál sería el más conveniente para mí, había muy poca información disponible y yo no conocía personas que pudiesen orientarme en la temática. Hoy existen blogs y páginas excelentes que brindan toda la orientación que necesites sobre el tema, pero en aquellos años un adolescente como yo se batía con lo poco que podía investigar. Viéndolo en retrospectiva, mi primer telescopio lo adquirí casi "a dedo", guiándome por mi limitado presupuesto y algunos consejos que me dio la encargada de la tienda. Pues bien, adquirí un Konustar 50X700, y debo decir que fue una compra bastante acertada. Traía dos oculares, de 8mm y 20mm, y cuando lo utilizaba con el ocular de 20mm los resultados eran muy satisfactorios. Era un refractor, lo que significa que usaba una lente para captar la luz procedente de objetos lejanos. La lente enfocaba la luz hasta una lente secundaria que desviaba la luz 90° hasta el ocular. Me proporcionaba unos 30 aumentos, más o menos la misma capacidad de los primeros artilugios utilizados por Galileo cuatrocientos años antes. Regresé a Rancagua con mi nueva adquisición y me propuse enfocar la primera presa de todo aficionado: la Luna, que en aquellos días estaba en cuarto creciente.

La Luna es el cuerpo celeste más cercano a la Tierra, a 380.000 kilómetros de distancia, tres días de viaje para una misión Apolo. Instalé mi nueva adquisición y observé su superficie. Los mares se distinguían claramente, salpicados de cráteres de todos los tamaños. Un punto muy brillante destacaba sobre todo lo demás, era el cráter Tycho y su brillante sistema de rayos, aunque yo no lo sabía. El resto de mi familia hizo fila para dar un vistazo y quedaron bastante satisfechos. Al día de hoy no conozco a alguien que después de mirar la Luna por el ocular exclame: "ah... ¿solo era eso?"…personas así deben existir, pero no me las he topado.

Luego de hartarme con la Luna comencé las observaciones de otros cuerpos. En este sentido, siento que seguí el mismo itinerario, con pequeñas variaciones, que siguió Galileo Galilei cuando enfocó su telescopio al cielo durante los últimos meses del año 1609: Sol, Júpiter, estrellas, Saturno.

Si la visión de la Luna es formidable, Júpiter logra enamorar. Me costó encontrar el planeta, yo era un principiante con mucho entusiasmo pero pocas nociones sólidas. Tras algún esfuerzo lo pude ubicar pasada la medianoche, observando el cielo desde el frontis de mi casa. Había bastante contaminación lumínica, pero aun así la observación fue un éxito. Lo primero que distinguí fue el evidente disco del planeta. No era solamente un punto brillante como las estrellas, sino que podías discernir la forma esférica achatada del planeta. Su complejo sistema de bandas se distinguía con cierta dificultad. Pero lo más notable fue sorprender un enjambre de puntos brillantes alrededor del planeta, los famosos satélites galileanos Ío, Europa, Calisto y Ganímedes, todo un sistema solar en miniatura.

En fin, el paso de los años y el entusiasmo me fueron dando cierta práctica. No existen los éxitos inmediatos y cada satisfacción apareja un grado de esfuerzo. Mi visión retrospectiva es que fue un tiempo excelentemente invertido. Posiblemente en alguna entrada futura les comente un poco más sobre mis inicios. Hay alguna que otra experiencia pintoresca que tal vez valga la pena relatar... 

Como ya saben, yo no soy astrónomo profesional. Mi verdadera profesión está relacionada con las ciencias sociales, pero por supuesto, esto no me limita y considero que las personas deben cultivar sus intereses hasta donde deseen (o les sea posible).


sábado, 4 de noviembre de 2017

M7, el cúmulo de Tolomeo



M7 (NGC 6475) se encuentra a unos 900 años luz de la Tierra, en la constelación del Escorpión. El empeñoso Tolomeo fue el primero en registrar su presencia (de ahí su nombre) durante el siglo I, consignandolo en su catálogo estelar Almagesto. Es un cúmulo abierto con menos de cien estrellas y se encuentra en la dirección visual del centro galáctico. En opinión de muchos sería el objeto profundo más llamativo del Escorpión.

Los cúmulos abiertos están formados por estrellas nacidas de la misma nube de material estelar. Al principio se encuentran unidas por la fuerza de gravedad, pero el paso de los eones termina por desarmar estas familias. Algo similar sucederá con el grupo de las Pléyades (M45) y con todos los cúmulos estelares que hoy nos son tan familiares. De la misma forma, nuestro Sol tuvo que gestarse dentro de un cúmulo, pero durante los 5.000 millones de años transcurridos en su vida el Sol se habrá alejado considerablemente de su familia original y ya no es posible considerar con certeza donde estaba su lugar de nacimiento. Algunos estudios consideran que el cúmulo M67, ubicado en la constelación de Cáncer, podría ser el lugar de nacimiento del Sol, pero no podemos asegurarlo.

M7 se formó hace ya unos 220 millones de años, y está constituido en su mayoría por estrellas jóvenes y azules más calientes que nuestro Sol. Abarca una extensión de unos 25 años luz (seis veces la distancia que nos separa de Próxima Centauri). Visto desde la Tierra tiene un diámetro aparente de unos 80 minutos de arco, el doble que su vecino M6.

M7 es el más austral de los objetos Messier. Debido a su declinación (-34º) su observación es bastante sencilla desde el hemisferio sur. El cúmulo tiene una magnitud aparente de +3.3, distinguible a simple vista, a unos cuatro grados de la azulada Shaula (lambda Scorpii), la estrella que marca el aguijón del Escorpión, a medio camino entre Sagitario y el Escorpión. No debe ser confundido con su vecino M6. Por supuesto, sin instrumentos ópticos solo podrás ver un minúsculo borrón lechoso y nada más. Por esta razón todos los observadores anteriores al telescopio consignaban estos objetos como "nubes", sin poder descubrir su verdadera naturaleza. Se acepta que fue el astrónomo italiano Battista Hodierna el primero en distinguir las estrellas del cúmulo, registrando la existencia de una treintena antes de 1654. La ayuda de unos simples binoculares nos permitirá resolver las estrellas que forman la estructura. Un telescopio de unos 60 mm de apertura nos dará una buena apreciación del cúmulo. Dada su gran extensión es necesario utilizar oculares de campo amplio. El área central está poblada por estrellas blancas y azules de magnitud 6, con algunas rojizas dispersas por la periferia. La integrante más brillante sería HIP 87472 (HD 162517, SAO 209390), una anaranjada de magnitud 5,8 ubicada en uno de los extremos de la colección. Algunos observadores han descubierto una forma de H en el cúmulo. Al igual que las estrellas de M6, ninguna de las integrantes de M7 tiene nombre propio, solo las denominaciones asignadas por los modernos catálogos estelares. Charles Messier lo incluyó en su famoso listado de "no cometas" en 1764.

Dada su cercanía al plano galáctico, M7 aparece sobre los densos campos de estrellas del centro galáctico, hecho que tiende a enmascarar el verdadero brillo del cúmulo. Realmente este objeto sería más conspicuo si estuviese ubicado en regiones oscuras del firmamento, donde podrían lucirse sin tanta competencia.

El cúmulo de Tolomeo (Lorand Feynes).

La mejor época del año para su observación es durante el invierno, cuando el escorpión se encuentra alta sobre el horizonte. A mediados de julio el cúmulo casi pasa por el cenit. Por estas fechas (principios de noviembre) el cúmulo se pone por el oeste a mediados de la medianoche, y a mediados de diciembre dejará de ser visible desde la latitud de Temuco. No se lo pierdan, es un objeto fabuloso.

Densos campos estelares son el telón de fondo del cúmulo de Tolomeo, verdadera colección de diamantes (Dieter Willasch).


Ubicación de M7, a medio camino entre las constelaciones de Escorpión y Sagitario (Stellarium).



Representación del cúmulo M7 en el programa Stellarium.


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