lunes, 22 de febrero de 2016

Los mares de la Luna



La Luna es nuestra compañera más cercana en la vastedad del espacio. A una distancia media de 384.000 kms, ( un segundo a la velocidad de la luz, o tres días de viaje para una misión Apolo)  ha ejercido desde siempre una atracción magnética sobre nuestros sentidos, prestando un gran servicio al progreso de la humanidad; sus fases están en la base del origen del concepto de mes, y dejando sus huellas en la narrativa de mitos y cosmogonías alrededor del mundo.

En la antiguedad, los filósofos creían que la Luna era un disco liso, carente de relieves semejantes a los de la Tierra. Fue preciso esperar hasta la invención del telescopio (1608) para refutar esta ocurrencia, y hoy sabemos que la Luna es un astro sumamente accidentado, donde se superponen vastas y oscuras planicies, elevadas montañas e inmensas huellas de antiquísimos y brutales impactos cósmicos.

Ambos hemisferios lunares. Su rostro visible concentra la gran mayoría de sus mares



Los accidentes más visible son, con diferencia, los mares, nombre que les asignó en 1609 Galileo Galilei, que al observarlos con su telescopio de 20 aumentos, pensó que se trataba de masas de agua análogas a los océanos terrestres. En realidad, estas vastas planicies son huellas de enormes y antiguos impactos de meteoritos sobre la superficie lunar, que al perforar brutalmente la corteza del satélite, se vieron inundadas por lava basáltica (de escaso albedo), que al enfriarse les dio el aspecto oscuro que les caracteriza. En contraposición, las tierras altas de la Luna, cubiertas por un material llamado regolito, (en esencia, una delgada capa de polvo) poseen un brillo más intenso.





Los mares se originaron hace eones de antigüedad. Se calcula que en un período comprendido hace unos 4.000 millones de años la Luna se vio sometida a un intenso bombardeo por parte "escombros rocosos", material sobrante del proceso de formación de nuestro sistema solar, que tuvo lugar hace unos 4.500 millones de años. Muchas de estas rocas, vagabundos sin rumbo fijo, se precipitaron con violencia sobre la luna y nuestro propio planeta, y aunque el devenir de las eras geológicas ha borrado las cicatrices de la Tierra, en la Luna (geológicamente muerta) la situación fue distinta. La carencia de atmósfera y el cese de la actividad geológica han conservado las huellas del drama hasta hoy.

Los mares pueden ser contemplados a simple vista, aunque la agudeza visual permitirá la mayor o  menor distinción de un amplio rango de detalles, lo importante es que la superficie lunar puede ser observada, con estimulantes resultados, con simples prismáticos o telescopios de aficionado.

Mares aparte, los cráteres lunares son dignos de estudio y contemplación. Algunos de estas impresionantes cicatrices lunares (Tycho, Copérnico, Platón) también pueden contemplarse a simple vista, aunque un estudio más detallado de sus características requerirá el auxilio de instrumentos ópticos. En posteriores entradas les analizaremos en profundidad.

Veamos sus mares con mayor detalle.

La gran mayoría de los mares se concentra en la cara visible o anterior de la Luna. La cara oscura de la Luna (fotografiada por primera en 1959 por los soviéticos, con su sonda Lunik 3) solo contiene unos pocos, que no pueden competir ni en número ni en majestad con los del lado visible. Con diferencia el mayor es el Oceanus Procellarum (Océano de las tormentas), que con una superficie de 1.600.000 km2 y 2.500 km de diámetro ( la distancia entre la ciudad de Arica y el lago Llanquihue) ocupa buena parte de la mitad occidental de la Luna. Hay cierta controversia sobre su origen, pues los especialistas dudan que sea resultado del impacto de un meteorito. Entre otros, contiene los interesantes cráteres de Copérnico, Kepler y Aristarco, este último el objeto más luminoso del disco lunar. De bordes muy irregulares, el óceano de las tormentas se extiende hasta latitudes próximas al polo norte lunar, donde se conecta con el Mare Frigoris a través de Sinus Roris (Bahía del Rocío). El Océano de las tormentas, en las cercanías de los cráteres Reiner y Mario, fue el lugar escogido para el alunizaje de la sonda soviética Lunik 9, que tiene el privilegio de ser el primer artefacto ideado por el hombre en posarse suavemente sobre el disco lunar.

Por el sur, el Océano de las Tormentas conecta con dos mares "satélites", Mare Nubium (Mar de las Nubes) y Mare Humorum (Mar de la humedad). El Mar de las Nubes, de bordes muy irregulares,  tiene un diámetro de 700 km, e inmediatamente hacia el sur del Mar podemos localizar el soberbio cráter Tycho, con su célebre sistema de luminosos rayos de material proyectado. 

 El Mar de la Humedad, con una superficie de 85.000 km2 y 400 km de diámetro, es notable por contar en su borde norte con el cráter Gassendi, una hermosa formación de 100 km de diámetro que muchos han comparado a un anillo con una joya enquistada, semblanza que le ha valido el apodo de "joya de la Luna"




En el cuadrante noroccidental, el Mare Imbrium (Mar de las lluvias), nombre proporcionado por Riccioli, es bastante conocido por contener la destacada Bahía del Arco Iris (Sinus Iridum) en su borde septentrional . De forma más o menos circular, el mar tiene un diámetro de 1.123 kilómetros y está bordeado por las más destacadas cadenas montañosas de nuestro satélite. Los Alpes lunares hacia el norte y los Apeninos hacia el sureste, mientras que los Cárpatos custodian su frontera sur. El cráter Arquímedes es el más notable en este sector. La región de Hadley, al interior del mar, fue el punto de alunizaje escogido para la misión Apolo XV.

El interesante cráter Platón, de un oscuro intenso, también es facilmente reconocible en su borde norte, a medio camino del Mare Frigoris



Sección norte del Mare Imbrium, a la izquierda de la imagen se divisa Sinus Iridum,con el cráter Bianchini en su cúspide, a la derecha, el oscuro y misterioso cráter Platón. 

Por el este, y aprovechando un estrecho que divide los montes Cáucasos de los montes Apeninos, el Mare Imbrium se conecta con el Mare Serenitatis (Mar de la Serenidad), nombrado así en 1651 por Giovanni Riccioli. El Mar de la Serenidad tiene una extensión de 325.000 km2 y su cráter más interesante es Posidonio, ubicado en su extremo nororiental.

Por el sur, Mar de la Serenidad conecta con el Mare Tranquilitatis (Mar de la Tranquilidad), a través de un estrecho custodiado por el cráter Plinio, que tiene unos de 50 km de ancho. Punto de alunizaje del modulo lunar de la misión Apolo XI, es uno de los mares más fácilmente distinguibles a simple vista. El Lacus Somni (Lago de los sueños), ubicado al noreste, fue inundado por lava basáltica que desbordó desde el mar de la tranquilidad.

 Mare Nectaris (Mar del Néctar) se conecta por el norte con el mar de la tranquilidad y tiene una extensión de 100.000 km2. 

El aislado Mare Crisium (Mar de las crisis), se sitúa casi en el borde este del disco lunar, donde podemos contemplarle de refilón. De bordes irregulares, tiene un diámetro de 555 km. y ocupa una superficie de 170.000 km2, equivalente al tamaño de Uruguay. 
Hermosa vista del Mar de las Crisis. El luminoso cráter Proclo se destaca, cercano al borde oeste del mar. El extenso cráter que se extiende sobre la esquina noroeste del mar es Cleomedes.




Dada su ubicación, parece ser más alargado en su extensión norte-sur, pero una visión cenital nos comprobará que en realidad es más ancho que largo. De fondo muy regular, sus cráteres más destacables son Picard y Pierce.

Más hacia el este, ya casi en el borde del disco lunar, se sitúa el Mare Marginis (Mar del margen), sin embargo, su difícil ubicación lo hace indistinguible a simple vista.

Al oeste del Mare Crisium podemos ubicar a Proclo, cráter de unos 30 km de diámetro, pero que posee un gran albedo y está acompañado por un sistema de rayos brillantes.

Mis primeras observaciones a la Luna, a través de un telescopio que apenas sabía usar, las realicé a los 15 años de edad, y entonces fueron experiencias sumamente gratificantes, puesto que la mera observación va inserta en un contexto místico: de noche, alejado de los focos luminosos (en este caso en una plaza cercana al hogar), refrescado por una leve brisa, quietud y el cantar nocturno de las aves; les aseguro que la mente se ve invadida por un cúmulo de pensamientos e ideas, la imaginación se dispara, te sientes desconectado de la mundana realidad y crees ser parte de una dimensión etérea e infinita.

Contra lo que podría dictarnos el sentido común, la Luna llena no es el mejor momento para la observación de los detalles de su superficie, pues anula los complejos juegos de luz-sombra que resaltan los contornos y perfiles de muchos de sus accidentes más notables. Lo mejor sería enfocar la Luna durante sus etapas intermedias (menguante y creciente), pues las sombras originadas por el terminador harán visibles sus características más notables. De todas formas, una cosa es segura: la observación del disco lunar, con ayuda de telescopio, simples binoculares (o inclusive a ojo desnudo) proporcionará una experiencia difícil de clasificar, y de la que nadie puede arrepentirse.


El mejor momento para observar la Luna es en sus fases intermedias, cuando la proyección de sombras resalta muchos de sus accidentes. Observa la concentración de cráteres hacia el polo sur lunar (Jaime Acuña)




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