Hoy publicaré algo ligeramente
distinto. Algunos amigos me han sugerido que comente como fue mi inicio en este
pasatiempo, y que consejos puedo dar a quienes estén en un trance similar. La
verdad es que me dio bastante placer recordar esos tiempos, y he aquí algunas
de mis experiencias de inicio.
Cuando me inicié en esta afición
no existía la enorme cantidad de materiales que hoy podemos consultar en
internet. Corría el año 1995 y una carta estelar no se conseguía a la vuelta de
la esquina. Yo era un joven de 13 años y no tenía los recursos para adquirir
libros sobre astronomía, y ni siquiera sabía si estaban disponibles en alguna parte. Por suerte
tenía una enciclopedia Salvat del Universo, que en mis primeros años me
proporcionaría el material necesario. El atlas incluía unas bonitas cartas
estelares y un soberbio mapa de la Luna, que yo consultaba con boca abierta y
cara de bobo (perdónenme, tenía 13 años). Había algo hipnótico en esas cartas
estelares, en esa infinidad de puntitos blancos (las representaciones de las estrellas)
sobre un fondo azul oscuro. Las líneas de las constelaciones eran de color
amarillo. Todo el conjunto tenía un atractivo estético irresistible que me
cautivaba. Todavía tengo ese atlas, que guardo con la misma devoción que un
bibliófilo atesora un incunable o un teólogo acariciaría los manuscritos del
Mar Muerto. Para mí es importante
recordar estas cosas, porque ilustra de manera perfecta como los años de
juventud son excelentes ventanas de oportunidad para engullir conocimientos y
ampliar los horizontes de un joven. No tengo parientes astrónomos, y de hecho,
ningún familiar que esté remotamente cercano al quehacer científico, nadie me
incentivó ni me guio, simplemente las fotografías del atlas fueron suficientes
para mí. Han pasado veinte años, cierro los ojos y me veo en casa, en la
quietud de una tarde de sábado, aprendiendo las distancias a la nebulosa de
Orión, o revisando una y otra vez esa magnífica fotografía de la galaxia de
Andrómeda. La conclusión de este pequeño inserto es que los primeros años de
una persona son un terreno fértil que debe ser abonado con todas las
herramientas posibles o deseables, por otra parte, lo que digo no es nada
nuevo, infinidad de investigaciones refrendan que esto es así y siempre me
alegra ver a los padres que (al margen de cualquier limitación), por medio de
juegos y hobbies, intentan familiarizar a sus hijos en nuevos campos de la
experiencia o el saber.
Pues bien, hasta que un día me
decidí y salí en la noche a observar el cielo. Mi primer triunfo fue
identificar Orión, que para todos estos efectos funciona como un excelente
punto de referencia. A partir de Orión pude distinguir Sirio, Aldebarán, Las Pléyades,
Canopus..y luego la Cruz del Sur, las nubes de Magallanes y un largo etcétera.
A esa edad pequeños triunfos dejan una satisfacción duradera en el espíritu.
Pero claro, la observación a
simple vista tiene unos límites y pronto sentí que necesitaba un telescopio.
Esto era más complicado, era el año 1997 y los telescopios eran un artefacto
bastante caro y yo no tenía ingresos propios, pero comencé a ahorrar con
bastante disciplina, además de solicitar “donativos” a los miembros de la
familia. Tras varios meses de ahorro reuní el dinero y viajé hasta Santiago en
compañía de mi hermano mayor para adquirir uno. No tenía exactamente claro cuál
sería el más conveniente para mí, había muy poca información disponible y yo no
conocía personas que pudiesen orientarme en la temática. Hoy existen blogs y páginas excelentes que brindan toda la orientación que necesites sobre el tema, pero en aquellos años un adolescente como yo se batía con lo poco que podía investigar. Viéndolo en
retrospectiva, mi primer telescopio lo adquirí casi "a dedo",
guiándome por mi limitado presupuesto y algunos consejos que me dio la
encargada de la tienda. Pues bien, adquirí un Konustar 50X700, y debo decir que
fue una compra bastante acertada. Traía dos oculares, de 8mm y 20mm, y cuando
lo utilizaba con el ocular de 20mm los resultados eran muy satisfactorios. Era
un refractor, lo que significa que usaba una lente para captar la luz
procedente de objetos lejanos. La lente enfocaba la luz hasta una lente
secundaria que desviaba la luz 90° hasta el ocular. Me proporcionaba unos 30
aumentos, más o menos la misma capacidad de los primeros artilugios utilizados
por Galileo cuatrocientos años antes. Regresé a Rancagua con mi nueva adquisición
y me propuse enfocar la primera presa de todo aficionado: la Luna, que en
aquellos días estaba en cuarto creciente.
La Luna es el cuerpo celeste más
cercano a la Tierra, a 380.000 kilómetros de distancia, tres días de viaje para
una misión Apolo. Instalé mi nueva adquisición y observé su superficie. Los
mares se distinguían claramente, salpicados de cráteres de todos los tamaños.
Un punto muy brillante destacaba sobre todo lo demás, era el cráter Tycho y su
brillante sistema de rayos, aunque yo no lo sabía. El resto de mi familia hizo
fila para dar un vistazo y quedaron bastante satisfechos. Al día de hoy no
conozco a alguien que después de mirar la Luna por el ocular exclame:
"ah... ¿solo era eso?"…personas así deben existir, pero no me las he
topado.
Luego de hartarme con la Luna
comencé las observaciones de otros cuerpos. En este sentido, siento que seguí
el mismo itinerario, con pequeñas variaciones, que siguió Galileo Galilei
cuando enfocó su telescopio al cielo durante los últimos meses del año 1609:
Sol, Júpiter, estrellas, Saturno.
Si la visión de la Luna es
formidable, Júpiter logra enamorar. Me costó encontrar el planeta, yo era un
principiante con mucho entusiasmo pero pocas nociones sólidas. Tras algún
esfuerzo lo pude ubicar pasada la medianoche, observando el cielo desde el
frontis de mi casa. Había bastante contaminación lumínica, pero aun así la
observación fue un éxito. Lo primero que distinguí fue el evidente disco del
planeta. No era solamente un punto brillante como las estrellas, sino que
podías discernir la forma esférica achatada del planeta. Su complejo sistema de
bandas se distinguía con cierta dificultad. Pero lo más notable fue sorprender un enjambre de puntos brillantes alrededor del planeta, los famosos satélites
galileanos Ío, Europa, Calisto y Ganímedes, todo un sistema solar en miniatura.
Como ya saben, yo no soy astrónomo profesional. Mi verdadera profesión está relacionada con las ciencias sociales, pero por supuesto, esto no me limita y considero que las personas deben cultivar sus intereses hasta donde deseen (o les sea posible).
Que bonita entrada!! me encantó!! y no necesitas ser profesional, dudo que todos los profesionales posean la pasión que tu tienes en cuanto al estudio de los astros, el aficionado nunca pierde lo más importante que es la sed de aprender cada día más. Te felicito, me alegro mucho que compartas parte de tu afición y me sorprende de veras que sepas tanto y ames la astronomía, no conozco a nadie con ese interés, sin duda esto llena tu vida y eso es muy importante. Espero leer más entradas como esta que me encantó! saludos y un abrazote! :)))
ResponderEliminarMuchas gracias estimada Carla. Solo soy un aficionado, pero intento hacerlo bien y leo bastante sobre el tema. Un abrazo y agradecido de tus amables palabras.
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