jueves, 16 de noviembre de 2017

Crónicas de un aficionado.


Hoy publicaré algo ligeramente distinto. Algunos amigos me han sugerido que comente como fue mi inicio en este pasatiempo, y que consejos puedo dar a quienes estén en un trance similar. La verdad es que me dio bastante placer recordar esos tiempos, y he aquí algunas de mis experiencias de inicio.



Cuando me inicié en esta afición no existía la enorme cantidad de materiales que hoy podemos consultar en internet. Corría el año 1995 y una carta estelar no se conseguía a la vuelta de la esquina. Yo era un joven de 13 años y no tenía los recursos para adquirir libros sobre astronomía, y ni siquiera sabía si estaban disponibles en alguna parte. Por suerte tenía una enciclopedia Salvat del Universo, que en mis primeros años me proporcionaría el material necesario. El atlas incluía unas bonitas cartas estelares y un soberbio mapa de la Luna, que yo consultaba con boca abierta y cara de bobo (perdónenme, tenía 13 años). Había algo hipnótico en esas cartas estelares, en esa infinidad de puntitos blancos (las representaciones de las estrellas) sobre un fondo azul oscuro. Las líneas de las constelaciones eran de color amarillo. Todo el conjunto tenía un atractivo estético irresistible que me cautivaba. Todavía tengo ese atlas, que guardo con la misma devoción que un bibliófilo atesora un incunable o un teólogo acariciaría los manuscritos del Mar Muerto.  Para mí es importante recordar estas cosas, porque ilustra de manera perfecta como los años de juventud son excelentes ventanas de oportunidad para engullir conocimientos y ampliar los horizontes de un joven. No tengo parientes astrónomos, y de hecho, ningún familiar que esté remotamente cercano al quehacer científico, nadie me incentivó ni me guio, simplemente las fotografías del atlas fueron suficientes para mí. Han pasado veinte años, cierro los ojos y me veo en casa, en la quietud de una tarde de sábado, aprendiendo las distancias a la nebulosa de Orión, o revisando una y otra vez esa magnífica fotografía de la galaxia de Andrómeda. La conclusión de este pequeño inserto es que los primeros años de una persona son un terreno fértil que debe ser abonado con todas las herramientas posibles o deseables, por otra parte, lo que digo no es nada nuevo, infinidad de investigaciones refrendan que esto es así y siempre me alegra ver a los padres que (al margen de cualquier limitación), por medio de juegos y hobbies, intentan familiarizar a sus hijos en nuevos campos de la experiencia o el saber.

Pues bien, hasta que un día me decidí y salí en la noche a observar el cielo. Mi primer triunfo fue identificar Orión, que para todos estos efectos funciona como un excelente punto de referencia. A partir de Orión pude distinguir Sirio, Aldebarán, Las Pléyades, Canopus..y luego la Cruz del Sur, las nubes de Magallanes y un largo etcétera. A esa edad pequeños triunfos dejan una satisfacción duradera en el espíritu.

Pero claro, la observación a simple vista tiene unos límites y pronto sentí que necesitaba un telescopio. Esto era más complicado, era el año 1997 y los telescopios eran un artefacto bastante caro y yo no tenía ingresos propios, pero comencé a ahorrar con bastante disciplina, además de solicitar “donativos” a los miembros de la familia. Tras varios meses de ahorro reuní el dinero y viajé hasta Santiago en compañía de mi hermano mayor para adquirir uno. No tenía exactamente claro cuál sería el más conveniente para mí, había muy poca información disponible y yo no conocía personas que pudiesen orientarme en la temática. Hoy existen blogs y páginas excelentes que brindan toda la orientación que necesites sobre el tema, pero en aquellos años un adolescente como yo se batía con lo poco que podía investigar. Viéndolo en retrospectiva, mi primer telescopio lo adquirí casi "a dedo", guiándome por mi limitado presupuesto y algunos consejos que me dio la encargada de la tienda. Pues bien, adquirí un Konustar 50X700, y debo decir que fue una compra bastante acertada. Traía dos oculares, de 8mm y 20mm, y cuando lo utilizaba con el ocular de 20mm los resultados eran muy satisfactorios. Era un refractor, lo que significa que usaba una lente para captar la luz procedente de objetos lejanos. La lente enfocaba la luz hasta una lente secundaria que desviaba la luz 90° hasta el ocular. Me proporcionaba unos 30 aumentos, más o menos la misma capacidad de los primeros artilugios utilizados por Galileo cuatrocientos años antes. Regresé a Rancagua con mi nueva adquisición y me propuse enfocar la primera presa de todo aficionado: la Luna, que en aquellos días estaba en cuarto creciente.

La Luna es el cuerpo celeste más cercano a la Tierra, a 380.000 kilómetros de distancia, tres días de viaje para una misión Apolo. Instalé mi nueva adquisición y observé su superficie. Los mares se distinguían claramente, salpicados de cráteres de todos los tamaños. Un punto muy brillante destacaba sobre todo lo demás, era el cráter Tycho y su brillante sistema de rayos, aunque yo no lo sabía. El resto de mi familia hizo fila para dar un vistazo y quedaron bastante satisfechos. Al día de hoy no conozco a alguien que después de mirar la Luna por el ocular exclame: "ah... ¿solo era eso?"…personas así deben existir, pero no me las he topado.

Luego de hartarme con la Luna comencé las observaciones de otros cuerpos. En este sentido, siento que seguí el mismo itinerario, con pequeñas variaciones, que siguió Galileo Galilei cuando enfocó su telescopio al cielo durante los últimos meses del año 1609: Sol, Júpiter, estrellas, Saturno.

Si la visión de la Luna es formidable, Júpiter logra enamorar. Me costó encontrar el planeta, yo era un principiante con mucho entusiasmo pero pocas nociones sólidas. Tras algún esfuerzo lo pude ubicar pasada la medianoche, observando el cielo desde el frontis de mi casa. Había bastante contaminación lumínica, pero aun así la observación fue un éxito. Lo primero que distinguí fue el evidente disco del planeta. No era solamente un punto brillante como las estrellas, sino que podías discernir la forma esférica achatada del planeta. Su complejo sistema de bandas se distinguía con cierta dificultad. Pero lo más notable fue sorprender un enjambre de puntos brillantes alrededor del planeta, los famosos satélites galileanos Ío, Europa, Calisto y Ganímedes, todo un sistema solar en miniatura.

En fin, el paso de los años y el entusiasmo me fueron dando cierta práctica. No existen los éxitos inmediatos y cada satisfacción apareja un grado de esfuerzo. Mi visión retrospectiva es que fue un tiempo excelentemente invertido. Posiblemente en alguna entrada futura les comente un poco más sobre mis inicios. Hay alguna que otra experiencia pintoresca que tal vez valga la pena relatar... 

Como ya saben, yo no soy astrónomo profesional. Mi verdadera profesión está relacionada con las ciencias sociales, pero por supuesto, esto no me limita y considero que las personas deben cultivar sus intereses hasta donde deseen (o les sea posible).


2 comentarios:

  1. Que bonita entrada!! me encantó!! y no necesitas ser profesional, dudo que todos los profesionales posean la pasión que tu tienes en cuanto al estudio de los astros, el aficionado nunca pierde lo más importante que es la sed de aprender cada día más. Te felicito, me alegro mucho que compartas parte de tu afición y me sorprende de veras que sepas tanto y ames la astronomía, no conozco a nadie con ese interés, sin duda esto llena tu vida y eso es muy importante. Espero leer más entradas como esta que me encantó! saludos y un abrazote! :)))

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  2. Muchas gracias estimada Carla. Solo soy un aficionado, pero intento hacerlo bien y leo bastante sobre el tema. Un abrazo y agradecido de tus amables palabras.

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